Tras el entierro mis días no cambiaron, seguí presa, mi madre continuaba
visitándome y explicándome que no se pudo hacer nada, que el niño murió de
enfermedad y que fue imposible salvarlo.
Hasta que llegó un buen día en que, sencillamente, la perdoné, o quizás no hubo tal perdón si ella realmente no había tenido nada que ver. Porque, analicemos las circunstancias, yo era muy joven, tan sólo tenía 14 años y quizás mi madre tenía razón y no se podía salvar la vida de mi hijo. La duda siempre estará en mí.
Extractos de "Secretos de la Realeza en el Antiguo Egipto"
Liusmila González