Los días transcurrieron muy rápido y cuando menos lo imaginaba se presentó
el parto. Fue un parto sencillo, rodeada de todas mis damas de compañía. Pero
ocurrió que me enfermé, perdí mucha sangre y tenía mucho cansancio, seguramente
anemia también.
Contemplé a mi hijo, tan bello, aunque estaba completamente cubierto de
sangre, nació supuestamente bajo de peso y con dificultades respiratorias.
Fue la última vez que vi a mi hijo, me dijeron que había fallecido por
enfermedad. Una terrible locura de rabia se apoderó de mí, “me lo han matado”
repetía una y otra vez, quería verlo, pero no me dejaron.
Caí en la más absoluta depresión y culpé a mi madre de todo lo ocurrido. Me
ataron y me encerraron en una prisión. Mi madre me iba a visitar e intentaba
hablar conmigo, pero yo no atendía a razones y entretanto llegó el día del
funeral oficial.
Me drogaron para que asistiera, no querían que diese ningún espectáculo,
pues venía gente muy importante a rendir tributo a mi descendiente fallecido. Solo
recuerdo las cosas vagamente debido al efecto que la locura deja en el cuerpo
tras haber amado tanto a un hijo y perderlo en extrañas circunstancias.
Extractos de "Secretos de la Realeza en el Antiguo Egipto"
Liusmila González